Comentario
El deterioro de la provincia romana de Judea se fue agravando a medida que se sucedían los gobernadores. El rechazo a Gesio Floro era generalizado, de tal manera que, entre desórdenes, abusos, anarquía y odios no disimulados, difícilmente es posible decir que se estrenara en lo que realmente merece el nombre de gobierno. Tanto es así que debieron intervenir para salvar transitoriamente la situación, el rey Agripa II y Cestio Galo, el legado propretor que estaba al frente de Siria. El choque, por unas cosas u otras, era inevitable. Fue Eleazar quien atizó y encabezó la sublevación, favorecido por su condición de jefe de la guardia del templo. El estallido tuvo lugar en el verano de 66 d.C. Dueño Eleazar de la ciudad, puso cerco a los refugios de la guarnición romana y del sumo sacerdote, Matatías, comprometido con el partido que propugnaba la paz con Roma. Inmediatamente se sumó al levantamiento Menahem, hijo del guerrillero nacionalista Judas el Galileo.
Los insurrectos judíos consiguieron una serie de éxitos iniciales, pero ni tenían capacidad suficiente para salvar la empresa en que se habían embarcado, ni el pueblo judío presentaba un frente unido que ofreciera alguna probabilidad de triunfo. El enfrentamiento producido entre Eleazar y Menahem acabó con el asesinato del padre del primero, antiguo sumo sacerdote, y en la tortura y muerte del segundo. El legado de Siria, Cestio Galo, intervino militarmente en Judea, primero en la región septentrional, luego en Jerusalén, donde las cosas se le dieron mal. El historiador Flavio Josefo tuvo responsabilidades militares en Jerusalén y Galilea, pero, partidario de rehuir la lucha abierta, se concitó la desconfianza de los sectores radicales, y en concreto del zelota galileo Juan de Giscala.
La guerra tomó un nuevo giro cuando Nerón retiró a Galo y a Moro y envió con el mando al experimentado Vespasiano, futuro emperador. Los rebeldes no pudieron defender Galilea y Flavio Josefo decidió entregarse. El resto de la guerra tuvo lugar en el sur, y la dirección de las tropas romanas corrió a cargo de Tito, hijo de Vespasiano, el nuevo emperador tras la muerte de Nerón y la guerra civil que dio a Roma nada menos que cuatro monarcas en un año. Cuando este cambio traumático se produjo, marchaban también mal las cosas para los judíos de Jerusalén. El enfrentamiento entre los zelotas fanáticos y la población dio lugar a carnicerías de la masa indefensa por designio del violento Juan de Giscala. Sin embargo, la antedicha crisis del Imperio romano supuso un poco de respiro para los insurgentes, quienes, aprovechando la tranquilidad, se sacudieron la tiranía de Juan y concedieron la jefatura a Simón Bar Giora, mientras que los zelotas radicales se encerraron en el templo. En la primavera del 70, Tito se puso en marcha hacia Jerusalén, la atacó desde el norte, la parte de más fácil topografía, aunque protegida por tres murallas, la tomó luego tras el desarrollo de las usuales técnicas de sitio y procedió al saqueo de la ciudad y al degüello de sus habitantes. El templo ardió, lo que suponía el final del más externo signo del judaísmo. Simón Bar Giora y Juan de Giscala figuraron entre los prisioneros del desfile triunfal que se celebraría en Roma al año siguiente. El primero de los dos caudillos fue ejecutado después, de forma inmediata; el segundo, encarcelado de por vida. Cayeron también todos aquellos convictos de no otra cosa que pertenecer a la casa de David. La victoria romana y esta celebración quedaron inmortalizadas en el arco de Tito, erigido en el foro de la urbe. En él están representados los objetos sagrados del templo, llevados a Roma por los vencedores.
Quedaban todavía algunos reductos en poder de los sublevados: el Herodium, Maqueronte y Massada. Fue Lucilio Baso, el nuevo gobernador de Judea, quien quedó encargado de reducir los últimos focos de resistencia y tuvo éxito en las dos primeras fortalezas citadas. A su pronta muerte le sucedió Flavio Silva, quien se aprestó al asedio de Massada con la legión X y la preparación de una circumvallatio de ocho campamentos que dejó a los sitiados sin capacidad de maniobra. Aquí se escribiría una de las más brillantes páginas de la historia de los asedios. Masada resistió bajo el mando de Eleazar, otro distinto del que comenzara la guerra y nieto de Judas el Galileo, hasta que no fue posible seguir en la defensa y los sitiados optaron por el incendio de la fortaleza y el suicidio colectivo. Sólo sobrevivieron dos mujeres y cinco niños. Este final heroico y trágico tuvo lugar en 74 d.C. y con él finaliza la primera guerra judaica y se abre un nuevo período en la historia del judaísmo palestino: el templo destruido; la tierra de Israel bajo administración de guerra; el pago obligatorio de una tasa por el simple hecho de ser judíos (fiscus iudaicus) para atención de cultos paganos; el sacerdocio, sin razón para seguir existiendo, lo que suponía el final para la secta de los saduceos; el Sanedrín, exiliado en Jamnia y reducido a cuerpo sin autoridad; los judíos de Palestina, constreñidos a vivir en adelante al estilo de la diáspora, centrados en la religiosidad sinagogal bajo la autoridad farisea. En las monedas aparecería en adelante una expresiva leyenda: Iudaea capta.
Pero en la Palestina humillada no empequeñeció, bien al contrario, el ansia de liberación. Ni siquiera los amistosos gestos, como el del emperador Nerva suprimiendo el fiscus iudaicus, contribuyeron a mermarla. También en la diáspora, el judaísmo disperso tuvo motivos para el descontento, pues el Imperio había tomado como grave atentado la participación de los judíos diseminados a favor de la primera revuelta palestinense y ello se notó en el trato. Reinando Trajano, entre 115 y 117, diversos puntos del Mediterráneo oriental y del Asia anterior conocen revoluciones de sus comunidades israelitas y Roma tiene que emplearse a fondo para sofocarlas: eran cruzadas mesiánicas imparables, como no fuera por el empleo de la fuerza. Hubo problemas serios en el norte de África, tanto en Egipto como en la Cirenaica. Los levantamientos de este segundo lugar tuvieron inaudita violencia, pues la comunidad judía pretendió constituir aquí un Estado independiente y acometió todo tipo de barbaridades para conseguirlo, lo que, tras el fracaso, acarreó no menos bárbara represión.
Los más graves acontecimientos de Egipto ocurrieron en Alejandría, donde judíos y griegos se enzarzaron en destructora guerra a muerte hasta que Roma pudo restaurar una paz que pasaba por el hundimiento de la comunidad israelita. Fue muy violenta la sublevación de los judíos de Chipre, con masacres de población no judía. La revuelta de Mesopotamia provocó dificultades a los romanos y fue encargado de sofocarla Lusio Quieto, a quien se agradecería el servicio con el nombramiento de gobernador de Judea. No faltaron las manifestaciones de inquietud, y no insignificantes, en la propia Palestina, pero Quieto fue capaz de abortarlas. Es posible que a la legión X Fretensis, estacionada aquí desde la primera guerra, se le añadiera ahora la VI Ferrata, que sabemos con seguridad estuvo en Palestina desde el reinado de Adriano en adelante. Este emperador fue quien sucedió a Trajano muy poco después de que quedara solucionado lo más grueso de las sublevaciones.
La política dura de Adriano y el descontento antirromano suscitarían el estallido de la segunda guerra judaica, que duró de 132 a 135 d.C. Considera Smallwood que la nueva guerra es la prolongación de un continuado período de afanes, su culminación, mejor. Rebeldía mesiánica por parte de los judíos. Política encaminada a debilitar el judaísmo por parte de Roma. Queda prohibida la circuncisión. Se construye sobre Jerusalén la ciudad de Elia Capitolina, urbanismo de corte romano asentado como una losa encima de la vieja ciudad santa de Israel. Una provocación intolerable.
El líder del nuevo levantamiento fue Simón Bar Kochba, el hijo de la estrella, a no dudarlo título mesiánico; aunque más exacta transcripción del sobrenombre es la de Bar Kosiba, según los papiros dados a conocer por Y. Yadin. Este caudillo y sus seguidores proclamaron la independencia de Israel y declararon Jerusalén capital del nuevo Estado libre. A pesar de las pretensiones mesiánicas de Bar Kosiba, no asumió este personaje papel religioso preponderante, cuales pudieran ser el sumo sacerdocio o la presidencia del Sanedrín. El título que las monedas atribuyen a Simón es el de nasi, algo así como príncipe. Serían responsabilidades suyas la administración civil y la dirección de la guerra.
El sumo sacerdocio lo desempeñó Eleazar, cuyo nombre aparece también en las acuñaciones de los insurrectos; no sabemos muy bien si Eleazar Ben Azarías o Eleazar de Modiin, tío este segundo del propio Simón. Es evidente que las razones de la revuelta tuvieron que ser de índole que hiciera sentirse afectados a los judíos dispersos, porque apoyaron decididamente a sus hermanos de Judea. El importante papel representado por Eleazar el sacerdote, con reflejo en las amonedaciones, prueba que los sublevados se apresuraron a la restauración del sacerdocio y, en la medida en que fuera posible, la religiosidad sacrificial.
Ayudados por el factor sorpresa, los judíos anotaron éxitos iniciales, que no pudieron contrarrestar Tineyo Rufo, gobernador de Judea -el primero de rango senatorial- y Publicio Marcelo, legado de Siria. Adriano envió entonces a Julio Severo, uno de sus más capaces generales, quien movilizó efectivos extraordinarios y prefirió no continuar con los ataques frontales, más costosos que eficaces, y prefirió la táctica de reducir por hambre. Jugaba en contra de los judíos su escasa organización y su limitada capacidad militar, y a favor de Roma la experiencia y los medios de Severo. Al tercer año de la guerra cayó Jerusalén, y el resto de la contienda no fue sino una sucesión de reducciones menores.
El último punto de resistencia estuvo en Beter, que exigió un asedio en toda regla. No quedaron después sino ofensivas guerrilleras de grupos dispersos que tenían sus refugios en cuevas del desierto. Bar Kosiba murió al cabo, ejecutado, según testimonio romano, en acción, según tradición judía. Las celebraciones romanas no fueron esta vez demasiado brillantes; quizá porque la guerra resultó gravosa incluso a los vencedores.
La derrota fue especialmente dura para los judíos; miles de muertos, esclavización general y despoblación de Palestina. Jerusalén, renovada totalmente en lo urbanístico, no fue en adelante otra cosa que ciudad romana, pagana, ocupada por la legión X Fretensis. La VI Ferrata custodiaba otros puntos de Palestina. El judaísmo queda prohibido en su propia tierra. Desaparece todavía más el templo y acaba, ahora sí definitivamente, la religiosidad sacrificial, por lo que el judaísmo residual será en adelante exclusivamente farisaico. Grandes contingentes de los vencidos se dirigen una vez más al destierro, con gran incremento de la diáspora; y en estas comunidades diseminadas se notó también el peso implacable del Imperio. La obvia interpretación religiosa hacía pensar a unos y a otros que había llegado el gran castigo por los pecados del pueblo. Este pueblo de la alianza desaparece como realidad significativa y determinante en Palestina. La andadura que la historia reservará para Israel en adelante será -es bien sabido- tan difícil como distinta. Los designios de Yahvé. Indudablemente, una misteriosa elección.